Asignar culpas a quien no las tiene por mero cálculo político es volver a agredir a las víctimas. Lo mismo debe ser dicho en el caso de callar esas culpas.
Ladrarle al árbol equivocado por mala leche y con fin de obtener beneficio electoral es tan detestable como callarse ante hechos que perjudican a tu opción política.
Ayotzinapa es ejemplo de lo primero. Los los asesinos son los carteles del narcotráfico y se ha pretendido inculpar al adversario político obviando a los autores materiales, a los intelectuales, a la autoridad municipal cómplice y a estatal omisa.
La otra cara de la moneda parece mostrar su horrenda cara en lo que se empieza a saber sobre los hechos ocurridos en Apatzingan el pasado 6 de enero.
Se presentan elementos para dudar de la versión oficial de la autoridad que hablaba de fuego cruzado entre miembros de autodefensas y la sombra de sospecha cae en esta ocasión sobre la policía federal.
De ser ese el caso y sí estamos ante acciones de encubrimiento, ello involucra al ex comisionado Castillo, a la Policía Federal y cualquier autoridad que tuviera responsabilidad directa sobre los operativos en Michoacán.
Quienquiera que a sabiendas pretende encubrir a los asesinos se vuelve en cómplice y vuelve a agredir a las víctimas.
Los asesinos son el enemigo y jugar con ese hecho por cálculo político es imperdonable. Se trate de asesinos del crimen organizado o se trate de policías vueltos asesinos.
De pilón. El ex comisionado Castillo es hasta ahora, el funcionario milusos de lo que va del sexenio. Entró brevemente a SECOFI, luego fue Comisionado de Michoacán y ahora es titular de la CONADE.
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