Por años, Andrés Manuel López Obrador y el movimiento obradorista han utilizado la narrativa del “golpismo” como arma retórica para deslegitimar a sus críticos, tanto dentro como fuera de México. Desde el Poder Judicial hasta la oposición, los medios y eventos internacionales, cualquier resistencia a la Cuarta Transformación (4T) es etiquetada como un intento de “golpe de Estado” o “golpe blando”. Sin embargo, esta retórica revela un doble estándar flagrante: mientras AMLO acusa a otros de atentar contra la democracia, su gobierno impulsa una reforma judicial que, al subordinar el Poder Judicial al control político, constituye un verdadero acto de golpismo contra el sistema democrático mexicano. Este op-ed critica esa hipocresía, desenmascara la inconsistencia de las acusaciones de AMLO y advierte sobre las consecuencias de su asalto a las instituciones.
El uso selectivo del “golpismo”
AMLO ha acusado de “golpismo” a una amplia gama de actores y eventos, nacionales e internacionales, sin sustento sólido. En México, el Poder Judicial ha sido el blanco principal. Cuando los tribunales emitieron amparos contra proyectos como el Tren Maya o la reforma eléctrica, AMLO los señaló de perpetrar un “golpe de Estado técnico”, alegando que servían a las élites. Sin embargo, los amparos son mecanismos constitucionales para proteger derechos, no conspiraciones para derrocar gobiernos. La oposición política, los medios críticos y movimientos como FRENAAA también han sido tildados de “golpistas” por ejercer su derecho a disentir, a pesar de operar dentro del marco legal. Internacionalmente, AMLO calificó la renuncia de Evo Morales en Bolivia (2019) como un golpe, ignorando las irregularidades electorales documentadas por la OEA, y sectores del obradorismo han insinuado “golpes blandos” en casos como Venezuela (2019) o Perú (2022), sin pruebas concluyentes.
Estas acusaciones tienen un patrón: cualquier crítica o contrapeso a la 4T es enmarcada como una amenaza existencial. Este discurso no solo deslegitima a los opositores, sino que polariza y justifica la concentración de poder. AMLO usa el término “golpe” para presentarse como víctima, evocando una lucha épica entre el “pueblo” y las “élites”. Pero la evidencia desmiente estas narrativas. Los jueces no buscan derrocar al gobierno, sino garantizar el Estado de Derecho. La oposición y los medios, aunque a veces polarizantes, actúan dentro de la democracia. Los eventos internacionales señalados como “golpes” suelen ser crisis políticas complejas, no conspiraciones orquestadas. El obradorismo, en su afán por monopolizar la legitimidad, distorsiona la realidad para justificar su agenda.
El verdadero golpismo: La destrucción del Poder Judicial
La hipocresía del obradorismo alcanza su cúspide con la reforma judicial de 2024, que establece la elección popular de jueces, magistrados y ministros, elimina el Consejo de la Judicatura Federal y crea un organismo disciplinario influido por el Ejecutivo y el Legislativo, ambos dominados por Morena. Esta reforma no es una democratización, como afirma AMLO, sino un golpe técnico contra la separación de poderes, un pilar de cualquier democracia funcional. Al politizar la selección de jueces, el gobierno asegura su control sobre el Poder Judicial, eliminando su capacidad de actuar como contrapeso. Esto no solo amenaza los derechos de los ciudadanos, sino que concentra el poder en el Ejecutivo, un rasgo característico de regímenes autoritarios.
Organismos como la ONU y Human Rights Watch han advertido que esta reforma pone en riesgo el Estado de Derecho. Jueces y académicos mexicanos han protestado, señalando que la elección popular expone a los magistrados a presiones políticas y del crimen organizado. Ejemplos históricos, como la captura del Poder Judicial en Venezuela bajo Hugo Chávez, muestran cómo la subordinación de los tribunales allana el camino hacia el autoritarismo. AMLO, que acusa a otros de “golpismo”, perpetra un acto mucho más grave: desmantelar una institución clave para la democracia, todo mientras se envuelve en la bandera del “pueblo”.
El peligro del doble estándar
El doble estándar del obradorismo no es solo una contradicción retórica; es una amenaza a la democracia mexicana. Al acusar falsamente a sus críticos de “golpistas”, AMLO desvía la atención de su propia agenda de concentración de poder. Esta táctica erosiona la confianza en las instituciones, polariza a la sociedad y debilita el pluralismo. Mientras AMLO señala supuestos complots, su reforma judicial hace exactamente lo que él denuncia: subvertir el orden democrático. Si un “golpe” es un ataque contra las instituciones que sostienen la democracia, entonces la 4T, al destruir la independencia judicial, es culpable del verdadero golpismo.
La ciudadanía debe rechazar este doble estándar y exigir coherencia. Una democracia saludable requiere contrapesos, no la sumisión de un poder a otro. AMLO no puede seguir acusando a sus críticos de atentar contra el “pueblo” mientras desmantela las instituciones que lo protegen. México merece un liderazgo que fortalezca, no que debilite, el Estado de Derecho.
Para no hablar de cierto frustrado pintor austriaco, hablemos mejor de Alberto Fujimori (Perú, 1990-2000): Llegó al poder democráticamente, pero acusó al Congreso y al Poder Judicial de obstruir su gobierno, tildándolos de “golpistas” en un contexto de crisis económica y terrorismo. En 1992, perpetró un autogolpe, disolviendo el Congreso y reorganizando el Poder Judicial, lo que derivó en una dictadura hasta su caída en 2000.
Este caso muestran un patrón: líderes electos democráticamente que, al enfrentar críticas, acusan “golpismo” para justificar la erosión de las instituciones democráticas, derivando en autoritarismo o dictadura. México debe aprender de estas lecciones para proteger su democracia.
De Pilón
La elección popular de jueces, magistrados y ministros del 1 de julio de 2025 es un paso hacia la captura del Poder Judicial por el Ejecutivo y Morena, amenazando la independencia judicial y el Estado de Derecho. Participar en esta votación legitima un proceso que expone a los jueces a presiones políticas y del crimen organizado, como advierten la ONU y la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Ejemplos como Venezuela, donde la politización de los tribunales consolidó el autoritarismo, muestran el peligro. No votar es un acto de resistencia cívica para proteger la democracia y rechazar el golpismo de la 4T, que busca concentrar el poder al destruir un pilar constitucional.
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