En la actualidad, nos encontramos en una situación política en la que todo aquello que antes era criticado, ahora se justifica. El financiamiento ilegal de campañas, el uso del aparato del estado para perseguir a los opositores, la intervención en procesos electorales, la impunidad, el influyentismo, la corrupción, la opacidad, el gasto discrecional, y el incremento de la violencia y los asesinatos a raíz de una militarización desenfrenada, son ahora parte de la norma.
La seguridad con la que mienten, "con sinceridad" como diría Violeta Vázquez, les otorga una ventaja considerable sobre aquellos que vacilan al decir la verdad. Ya sea por timidez, por mantener las apariencias o por no querer molestar al poder, muchos optan por el silencio.
Las acrobacias retóricas, las contradicciones y las demostraciones de estupidez supina serían cómicas si no fueran tan peligrosas. Pero cuando los idiotas tienen poder, se vuelven una amenaza, especialmente para aquellos que votan con fe ciega y carecen de los medios o la voluntad para defenderse cuando se ven afectados.
Estos últimos no son tontos, son ignorantes. Ignorantes de que una democracia es mucho más que un gobierno de la mayoría. Es también defender los derechos de las minorías, los del individuo y limitar el poder. Esto no es una concesión graciosa del hombre fuerte, sino el resultado de años, décadas, siglos de construcción de un sistema de contrapesos. La destrucción de lo que se ha construido con tanto esfuerzo no es un avance, sino un retroceso monumental.
El régimen de López Obrador se ha otorgado algo similar a una inmunidad patriótica. Es imposible olvidar el fraude patriótico de 1986, cuando el régimen de entonces, del cual López era parte, implementó una serie de artimañas antes, durante y después de los comicios, violando abiertamente la legislación electoral, con la justificación de impedir que “la reacción” llegara al poder. Hoy, han repetido la dosis.
No espero nada bueno del sexenio que está por iniciar. El sexenio de López comenzó con finanzas sanas, fideicomisos sólidos e instituciones funcionales. Esto le presentó un obstáculo en su afán destructor, pero insistió hasta minar a estas instituciones.
La sumisión de Arturo Zaldívar, la destrucción de la CNDH, de la CRE, el debilitamiento del INAI presagiaban un desastre. Pero entonces, las elecciones intermedias le arrebataron la mayoría calificada en el congreso. Eso ya no es así. La elección presidencial le ha abierto la puerta a un grupo de obtusos a los que solo se les resistía ese congreso mayoritario, pero sin mayoría calificada, y la SCJN. Ahora tienen el congreso y con él, la posibilidad y el deseo de destruir a la corte.
Para colmo, los fideicomisos que fueron expoliados y que dieron margen de maniobra económica a un gobierno irresponsable en las finanzas públicas, ya no existen. Se avecinan seis años aún peores que los que están por concluir. Es un panorama desolador.
Un amigo muy optimista me dijo que es importante recordar que la democracia es resistencia, y la resistencia es esperanza, pero yo no soy optimista y aunque la historia demuestra que las democracias resurgen eventualmente, creo que México aun va a desender más en la espiran autoritaria antes de empezar a mejorar.