AMLO no me provoca odio. Desde hace mucho, los políticos que proponen más Estado como solución, no gozan de mi preferencia electoral. No los odio, solo no los prefiero. Es más, los resisto.
Yo si viví y recuerdo los tiempos del PRI como omnipresente partido de Estado; ese PRI que también AMLO debe recordar porque es al que se afilio a inicios de los años 70 del siglo pasado. AMLO no solo debe recordarlo, sino que por sus discursos, acciones y propuestas se ve que lo añora.
Así que no. AMLO no representa para mí un cambio en la dirección correcta. La reversa también es cambio, pero no comparto la opinión de él y de sus simpatizantes de que estábamos mejor cuando estábamos peor.
AMLO no es demócrata. Lo digo desde la convicción de que un demócrata lo es no solo por someterse a la mayoría (cosa que está por verse) sino, además, porque lo hace con apego las leyes y las instituciones. Mandarlas al diablo cuando no gusta lo que resuelven los jueces es preferir la razón de la fuerza antes que la fuerza de la razón. AMLO no garantiza certeza jurídica.
AMLO no es congruente. La congruencia es actuar de acuerdo con lo que se piensa y se dice. SI bien a todo político (o no) se le pueden señalar desviaciones entre su pensar, decir y actuar, es AMLO y sus simpatizantes quienes pretenden vender la idea de que en un mar de políticos que dicen una cosa y hacen otra, AMLO no es incongruente y señalar que AMLO no es inmune a incongruencias, dedazos, caudillismo, nepotismo, tolerancia a la corrupción de militantes, concreción de alianzas que se habían rechazado de una y mil formas, concreción de otras alianzas con personajes a los que se había acusado de delitos por aliarse con sus oponentes en las dos elecciones pasadas, todo ello es tomado por ataques con mentiras aunque las evidencias estén allí; cuando no hay más remedio que aceptarlos, se pretende minimizar con falacias tu quoque.
AMLO no me provoca miedo. Me provoca rechazo electoral por las soluciones simplistas y probadamente contraproducentes a los problemas diagnosticados, no solo por él, sino por todo político profesional del país y del mundo: Pobreza, desigualdad (no coincido con este), criminalidad, corrupción, estado de derecho, etc.
AMLO no es tolerante al disenso. En 2006, los simpatizantes de AMLO no dudaron en mostrarle su desacuerdo cuando lo había. Su reacción: “El movimiento soy yo”; “que se hunda PEMEX…”; “Conservadores más despiertos”; “TRAIDORES”. De ello sobrevino la creación de MORENA, allí nadie contradice a AMLO, allí, todo se justifica y/o minimiza. Allí los traidores, corruptos, operadores de fraudes y demás señalados por el propio AMLO son perdonados por el mismo que los condenó (veces tan solo algunas semanas antes) con tal de que lo apoyen sin cuestionarlo. Ahora sus simpatizantes todo le justifican, inclusive aquello que han criticado en otros por años. No es para menos, el militante que dude de la infalibilidad del líder y sus órdenes es expulsado.
AMLO no representa a “la izquierda verdadera”; no existe tal cosa como tampoco existen las opciones únicas. Eso es propio de autoritarismos y no de quien se diga libera.
AMLO no acusa de conservadores a sus oponentes debido a sus ideas decimonónicas, él mismo tiene rasgos propios de conservadurismo más fuertes en muchos casos que los que pudieran tener sus adversarios así motejados. No lo de AMLO es una estrategia de división entre ellos y nosotros. “Ellos” los conservadores que históricamente fueron derrotados. Es una especie de puesta en escena de las glorias nacionales del pasado. Eso es conservadurismo y no vaciladas.
Así que no. AMLO no me da miedo, AMLO no tiene mi odio, pero al mismo tiempo, AMLO no tiene mi voto ni mi simpatía.
Y no importa cuántas veces lo digan él y sus simpatizantes, eso no me vuelve a mí ni a nadie conservador, miembro de la mafia, facho ni traidor. Nomás otro mexicano con opinión propia.