La reciente oleada de insultos y desinformación contra María Corina Machado, tras recibir el Premio Nobel de la Paz 2025, ha dejado al descubierto la virulencia con que ciertos sectores ideológicos —dentro y fuera de Venezuela— intentan desacreditar cualquier símbolo de resistencia democrática. No son simples críticas: son ataques calculados, plagados de falsedades. Se le ha llamado “golpista”, “criminal de guerra” y hasta “agente del imperialismo”, sin que exista una sola prueba que respalde tales imputaciones.
Conviene aclararlo con precisión: María Corina Machado no ha promovido un golpe de Estado, no ha sido acusada de crimen alguno ante tribunales internacionales y jamás ha solicitado intervención militar extranjera en Venezuela. Su lucha documentada desde hace más de dos décadas, ha sido política, cívica y pacífica, incluso frente a un régimen que ha encarcelado, exiliado y silenciado a buena parte de la oposición. Incluso despues de haber evidenciado el fraude electoral contra la voluntad de la mayoría de los venezolanos, expresada en las urnas el pasado 28 de julio de 2024.
Las calumnias provienen, en su mayoría, de voceros del chavismo y de partidos o movimientos ideológicamente afines, como Podemos en España, cuyo exlíder Pablo Iglesias llegó al extremo de comparar el Nobel otorgado a Machado con “dárselo a Hitler”. Tal declaración no solo es grotesca, sino que ejemplifica a la perfección la Ley de Godwin, esa observación según la cual, en toda discusión política prolongada, tarde o temprano alguien recurrirá a una comparación con el nazismo cuando se queda sin argumentos. En este caso, la hipérbole no solo revela impotencia retórica, sino también desprecio por la verdad.
México y su regimen (incluidos sus sicofantes) no está exento de esos calumniadores, pero quizá lo mas vergonzoso es el episodio protagonizado por Claudia Sheinbaum.
Pocas veces la incongruencia diplomática se manifiesta con tanta claridad como en la reciente respuesta de la presidenta ante el Premio Nobel de la Paz otorgado a la líder opositora venezolana. Cuestionada por la prensa, Sheinbaum optó por el silencio: “sin comentarios”, dijo, apelando a los principios de soberanía y autodeterminación de los pueblos que asegura que rigen la política exterior mexicana. Sin embargo, en esa misma conferencia, al ser interrogada sobre la crisis política en Perú, abandonó de inmediato la prudencia para criticar al gobierno de Dina Boluarte y expresar su apoyo al expresidente Pedro Castillo.
La contradicción es evidente. Los principios constitucionales no se activan ni se suspenden según conveniencia ideológica. Si la neutralidad diplomática es un valor, debe aplicarse de manera uniforme, no solo cuando el gobierno implicado es aliado político. Al callar ante Venezuela y pronunciarse sobre Perú, el mensaje es inequívoco: la doctrina mexicana de no intervención se interpreta con sesgo. No se trata ya de una política exterior basada en principios, sino en simpatías.
Este doble rasero repite el patrón observado durante el sexenio de López Obrador: solidaridad automática con regímenes de izquierda por más autoritarios que sean y crítica abierta hacia gobiernos percibidos como conservadores o adversos al ideario morenista. Tal selectividad no solo erosiona la credibilidad internacional de México, sino que contradice su mejor legado diplomático: la consistencia moral y jurídica que alguna vez dio prestigio a la Doctrina Estrada.
En política exterior, la coherencia no se mide por la ideología de los interlocutores, sino por la fidelidad a los principios. Y en este episodio, el “sin comentarios” de la presidenta dice mucho más de lo que calla.
Excelente artículo. 👏👏👏
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